martes, 5 de febrero de 2019


FELICES 24, TE ESPERARÉ
Te esperaré cada día de mi vida, como se esperan los regalos más valiosos, llena de esperanza, ilusiones, caricias y besos. Llena de momentos perfectos, de sonrisas eternas, de mares azules y amor infinito. Te esperaré llena de ti y de los que amamos, de vida, recuerdos y sueños. Me contarás y te contaré, reiremos como dos chiquillos que se extrañan de la noche a la mañana, y olvidaremos el tiempo que estuvimos separados, en un solo segundo, en el que nuestros corazones volverán a encontrarse y a latir al mismo ritmo, descabalgados primero, satisfechos después, llenos para siempre.
Te espero como la lluvia en un terreno yermo, como el sol en un mundo helado, y la alegría desbordante que destierra los tiempos de tristeza.
Todo pasa, todo llega…Te quiere, mamá. H.D.CRUZ

domingo, 3 de febrero de 2019

!! REGALO !! Libro registrado en: REGISTRO DE PROPIEDAD INTELECTUAL ASTURIAS. Derechos totales de autor: Elena Cruz Buznego (H.D.CRUZ) Prohibida su reproducción total o parcial. 

SUEÑOS COMPARTIDOS 
 H.D.CRUZ

JORDÁN
Estaba muy débil, pronto tendría que irse o Safina y su nuevo amante acabarían con su vida esa misma noche. Sentía cómo su corazón se rompía pensando en que tendría que abandonar a su hermosa hija en manos de aquella horrible mujer, porque aquella que la había traído a la vida no era una madre, era algo oscuro, terrible y hambriento de poder. ¿Cómo el amor había podido nublarle la razón de aquella forma? 
Se había dejado llevar por aquel cuerpo de infarto, sus falsas caricias y la promesa de tener un hijo que, aunque no hubiera sido buscado, llegaba a ellos. Uno de sus grandes sueños de vida con la peor opción de madre. Poco tiempo después de la alegría de tener aquel bebé que ya adoraba sin conocer, había desaparecido la máscara de aquel demonio con hermoso envoltorio.
Cada paso era un suplicio, pero quería dejar a su hija un regalo, la única protección que iba a mantenerla a salvo de las retorcidas intenciones de Safina y sus compañeros de cama. Llevársela era imposible en aquellos momentos, debilitado y herido como estaba, pero podía volver a jugar a su juego por una última vez y darle las buenas noches como si fueran a estar separados solo una simple y larga noche. 
Llegó a su puerta y realizó un pequeño encantamiento para que su hijita no se asustara al verle.  Safina y Sylar le habían robado mucha magia y estaba malherido, sobre todo en la cara, pero sus caminos volverían a cruzarse tarde o temprano y esa vez ya no le atraparían a traición. 
Abrió la puerta y vio a su nena, su beba, intentando dormirse con los ojos fuertemente cerrados y sujetando su mantita. Dejarla iba a matarle, pero recuperarse de sus terribles heridas le llevaría meses o quizás años. Volvería a por ella y la lucha sería mortal. 
—  ¡Vaya! Hoy he llegado muy tarde y mi bebita se ha dormido.
Eva aguantó la risita que se le escapaba delatándola y, aunque quiso seguir manteniendo los ojos cerrados, no pudo y la curiosidad ganó la batalla, saltó de la cama y fue a abrazarle. Levantarla en brazos le hizo darse cuenta de lo graves que eran sus heridas, casi no podía ni aguantar su liviano  peso. La metió en la cama, aguantó el dolor y comenzó su último juego con su hijita. 
—  Eva, ¿recuerdas el juego de papá? ¿Ese al que hemos jugado todas las noches?
—  Sí papi, ya sé guardar la cajita para que nadie más que tú y yo la veamos, pero me molesta y a veces Safina me pregunta por qué me duele el corazón. 
Su bebé ni siquiera llamaba “madre” a la que le había dado la vida, sabía o había visto algo que le repelía y no la aceptaba como su madre. Para ella era simplemente Safina. Eva era mucho más inteligente siendo una beba que él siendo un hombre adulto. 
—  Aprenderás a guardarla y a que no te duela, hoy papá logrará que nunca más te moleste. Vamos a jugar una última vez y la dejaremos bien guardadita solo para nosotros. Enséñame la magia dorada que nadie más que papá puede ver.
Una luz dorada comenzó a crecer delante de él, mientras Eva cerraba los ojos para concentrarse en el juego que tanto esfuerzo le costaba. Su poder ya era muy grande para ser tan pequeñita. Tenía que hacer un gran hechizo que le dejaría medio muerto, pero era la única forma de mantenerla a salvo hasta que volviera por ella. 
—  Ahora guárdalo en la cajita como papá te enseñó. Voy a cerrarla con mi propia magia para que no vuelva a dolerte y que nadie más que yo pueda verla, ¿de acuerdo? Nunca puedes contarle lo de la cajita a nadie, recuérdalo porque es muy importante, es solo tuya y mía. 
Asintió sin abrir los ojos y lentamente, pero con cuidado, realizó el hechizo básico que le había enseñado noche tras noche desde que había comenzado a hablar. Estuvo a punto de arrancarle una sonrisa cuando la vio morderse la lengua y ponerle un bonito lazo a la cajita. 
—  Muy bien mi nena, ha quedado perfecta y muy bonita, ahora tienes que mantener la cajita cerrada y no abrir los ojos hasta que papá te lo diga. 
Esperó hasta que asintió y mantuvo la caja cerrada mientras sus facciones de bebé se tensaban con el esfuerzo. Tenía que tejer muy bien el hechizo o aquellos dos podrían verlo si su niña no lograba contenerlo hasta que estuviera a su lado. Pensó en su bebé y en lo mucho que la iba a echar de menos y sintió el chasquido de su corazón al romperse. 
Cantó el conjuro y extrajo de su cuerpo una cantidad inmensa de magia, hasta que estuvo a punto de desmayarse por el esfuerzo y el gasto de unas energías que no poseía en aquel momento, pero logró cerrarlo antes de que el último hilo se rompiera. El esfuerzo había agotado también a la pequeña que se acostó casi dormida. La arropó y le dio un beso en su carita regordeta de bebé con todo el amor que le tenía. 
—  Aguanta mi beba que papá volverá a por ti. Te quiero muchísimo, mucho más allá de las estrellas. Nunca lo olvides. 
—  Y yo a ti también, papi. Hasta el infinito y más allá. 
Esperó hasta que su niña se durmió, acarició por última vez su pelo y dejó caer el encanto. En cuanto salió de la habitación se desplomó en el suelo y a duras penas llegó al ventanuco del pasillo que había escogido para escapar. Todas las salidas estaban bien vigiladas y si sabían que había visitado a su hija la pondría en peligro, o lograrían romper su tierno hechizo y descubrir el gran potencial de su hija y la destrozarían. Tirarse al embravecido mar que rompía abajo era la única salida posible. 
Contó la fuerza de las olas que rompían porque cada siete golpes de mar, llegaba una gran ola que hacía subir la marea hasta las peñas más altas y que se retiraba deprisa y con fuerza. Si lograba caer en la séptima y que la octava le llevará mar adentro podía tener una posibilidad de que no le reventaran contra las rocas. Si estuviera a plena potencia de su magia tendría alguna posibilidad de salvarse aun tan herido como estaba, pero en esos momentos sus posibilidades se habían desplomado hasta ser casi inexistente. Sería un milagro sobrevivir al impacto del mar furioso que le aguardaba… Pero tenía que sobrevivir y tenía que volver por su beba, tenía que confiar en que aquella magia sin límite de su amor por ella le ayudara a volver a por el tesoro que se veía obligado a abandonar. 
Contó de nuevo una y otra vez hasta que consiguió calcular la ola necesaria y antes de saltar pensó en su beba, en lo mucho que la quería y lo que le dolía dejarla atrás, y en que tenía que volver por ella pasara lo que pasara. Se recuperaría y cuando Safina fuera un peligro para Eva, volvería para acabar con ella. Todo llegaba si sabías esperar. 


SAFINA Y SYLAR
Sylar esperaba impaciente por la hermosa mujer que se resistía a compartir su cama esa noche. Era ardiente como un volcán y le agotaba, pero ninguna antes le había saciado como ella lo hacía. Sus maratones sexuales eran de interminables horas y nunca se cansaba de sus retorcidos juegos. Su magia era intensa y lograba que su hombría no fallara durante días. 
Poderosa, inteligente y sanguinaria, además de hermosa e irresistible. Le tenía encadenado entre sus piernas y sus sábanas. Algún día sería lo suficientemente poderoso y tendría la magia suficiente como para someterla y drenarla. Uno de los dos acabaría con el otro, los dos lo sabían y aceptaban el sádico juego, convivir jugando con cuchillos afilados le daba encanto a su extraña y retorcida relación. 
La veía peinar su largo cabello negro delante del tocador, totalmente desnuda y mirándole por el espejo. Seduciéndole con cada gesto y haciéndole esperar intencionadamente. 
—  ¿Crees que Jordán aguantará mucho más? Me ha decepcionado la cría que he parido, parece que no ha heredado ni una pizca de su enorme poder. Esa beba estúpida no me servirá para nada.
—  Debemos acabar con Jordán, aunque esté mermado creo que nos oculta parte de su magia. No podemos seguir torturándole eternamente y cada día que respira es un elevado riesgo para nosotros. 
La mujer se volvió inquisitiva. ¿Qué le pasaba a su hermoso y joven amante? Le gustaba mirarle, tenía un cuerpo hermoso y una cara pintada por un ángel, pero era tan retorcido y ambicioso como ella misma. Algún día lo mataría, pero de momento la mantenía satisfecha y era tan joven que podía manejarlo sin problemas. Tendría que matarlo en algún momento, pero aún no, quería su potencia, su juventud y algún día, su vida. 
—  Creo que acabaré con él esta misma noche, solo estaba esperando a ver si esa beba que me hizo parir servía para hacerle daño. La niña solo me servirá para casarla con alguien que la desee cuando vea qué poder puede haber heredado de su poderoso padre. 
—  Cásala conmigo y si tiene algún poder siempre podemos beneficiarnos los dos. Algo tiene que haber heredado. Jordán es tremendamente poderoso y no puede ser que no haya quedado parte de su esencia en esa cría, por inútil que parezca. 
Esa quizás fuera una buena solución si la beba era inútil para casarla con alguien a quien pudiera robarle su magia. Tendría a la inútil y a su nuevo amante bajo su yugo y algo se le ocurriría que pudiera beneficiarla. De momento quería sexo desenfrenado y eso ya podía tomarlo. Alzó un dedo y la erección de su amante aumentó hasta superar su propio límite y con ella, su deseo.
—  ¡Ven ya, maldita zorra! 
—  Voy, mi hermoso amante, prepárate porque las horas se te harán eternas bajo mi toque. Te haré bajar al infierno y hacerte desear quedar en él.
Caminó despacio mientras se acariciaba y compartía su magia con su amante, haciéndole sentir lo mismo que ella sentía. Se sentó en una alta silla y abrió sus piernas hasta dejarle ver todo su sexo, comenzó a acariciarse y su poder acarició su erección a la vez… Y mirándose el uno al otro gemían, perdidos en su propio placer. 
—  Tócate, jovenzuelo egoísta, y devuélveme algo del placer que te doy. 
Los dos comenzaron a masturbarse violentamente sin dejar de mirarse, compartiendo un devorador placer sin ni siquiera tener que tocarse, pero Safina quería mucho más y lo tendría. Siempre obtenía lo que deseaba y en ese momento era placer a cualquier coste. 
—  Ven aquí… Quiero que me saborees y me des placer con tu boca hasta que me corra. Te recompensaré bien después. 
Su compañero no se hizo de rogar, lamió, acarició, mordió y poseyó con sus dedos su sexo hasta hacerla correrse. Hubiera seguido pero ya le dolía su poderosa erección y tenía planes para aquella golfa que le hacía sufrir. 
—  Quiero mi parte. Acuéstate y deja que tu cabeza cuelgue del borde de la cama, quiero penetrar tu boca hasta incrustarme en tu garganta y poseerla hasta que tragues mi corrida. 
—  ¡No voy a hacer eso!
—  Claro que lo harás, o me iré y todos sabrán qué ha pasado con tu querido y último poderoso esposo. 
Safina calculó con frialdad de reptil hasta qué punto era verdad ese peligroso reto y si habría proporcionado esa información a alguien más. Los sentenciadores andaban rondándole de cerca y no le convenía tener más enfrentamientos con ellos. Cedió y se colocó en la posición requerida dispuesta a disfrutar de aquel desafiante jovenzuelo. 
Sylar había esperado paciente pero no había estado desocupado, en cuanto su boca estuvo a la altura requerida la penetró con fuerza mientras su mano masturbaba bárbaramente su sexo y le daba fuertes palmadas que le hacían lucir en carne viva.  
Cuando sentía que se ahogaba se detenía y volvía a poseerla en cuanto respiraba sin dificultad. Fue un placer y una tortura en sí misma, pero los dos eran tan retorcidos que disfrutaron de cada segundo, hasta que se corrió en su boca y los dos explotaron en un poderoso orgasmo que les hizo gritar. Safina se levantó furiosa y, todavía insatisfecha, volvió a levantar su erección y lo montó durante horas hasta que los dos cayeron exhaustos. 
Cuando por fin se asearon y fueron en busca de su presa, ya no le encontraron. Se puede decir que hasta el castillo retembló hasta la última roca bajo su cólera, la cual tuvo sus fatales consecuencias. Muchos de sus carceleros y soldados perdieron la cabeza esa noche.
Al final de esa noche muchos de los pasillos estaban encharcados de aquel líquido viscoso que impregnaba las piedras del suelo para no irse nunca más. Safina parecía estar vestida con un apretado y ajustado traje de sangre. Sus hijas habían sido colocadas delante de sus puertas con sus sencillos camisones blancos y con los pies hundidos en la sangre, viendo cómo su madre y Sylar despedazaban a quienes les fallaban. Fue una macabra noche que jamás olvidaron. 
Eva lloraba asustada y gritaba llamando desesperada a su papá sin hacer caso a los gestos desesperados de sus hermanas para que permaneciera callada. Era tan pequeña que solo podía pensar en encontrar a la única persona que la quería y la mantendría segura. 
Safina dejó de gritar y Sylar de asestar puñaladas y golpes a lo que quedaba de aquellos cuerpos y se volvieron hacía la niña que había llamado su peligrosa atención. Su madre la levantó con solo una mano por el camisón, hasta juntar sus miradas. La de ella llena de odio y la de la beba de desmedido terror.
—  Maldita mocosa, tu asqueroso padre se ha escapado y solo me ha dejado a una inútil cría que no me sirve de nada. Si no tienes poderes, en cuanto crezcas un poco más te mataré yo misma y pagarás con tu sangre cada dolor pasado para parirte. 
Las tres niñas pasaron la noche en aquellas puertas, sin poder asearse ni evitar los trozos de los cuerpos que las rozaban. El terror fue tal que la pequeña Eva jamás volvió a gritar o llorar delante de Safina, ni de los hombres que llegaban a visitar su cama. 

**Hasta aquí os regalo de un libro ardiente, lleno de historias de amor y traiciones. Caliente y a la vez, lleno de vida, sentimientos vertidos y aventuras sin fin. 
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